lunes, 16 de julio de 2012

REINA, ¿DÓNDE ESTÁS?

REINA, ¿DÓNDE ESTÁS? Tito Ortiz.- Caballero de la espada y la balanza, de sus ojos vendados salieron siempre los rayos de la sabiduría urbana. Defensor del conocimiento eterno, hidalgo del ágora docente, el ciudadano José Reina Rivas, ayuno de títulos académicos y sobrado en conocimientos épicos, y doctrinales, era un anarquista puro, del que aprendían alumnos y profesores de Derecho, que acudían al punto de reunión: Cualquier banco, de cualquier patio, de la facultad, y entonces, también rectorado de la Universidad granatensis. El único Alumno Honoris Causa de la Facultad de Derecho de Granada, y por lo tanto, sólo él disfrutando con este título en la Universidad española, impartía su sapiencia a profesores, alumnos o catedráticos, con los que polemizaba a cerca de sus conocimientos, ya fuera sobre cualquier asignatura, o con la convulsa vida española y extranjera de la transición política, de la dictadura a la democracia. Nacido en la tierra del gran actor, Isidoro Máiquez, nadie supo como dio con su osamenta en la ciudad de La Alhambra, próximo a expirar el General bajito de El Ferrol. Nada más llegar a nuestra ciudad eligió el Albayzín como su barrio para vivir, contactó con los partidos políticos y los sindicatos en la clandestinidad, y sus horas libres las dedicó a perseguir conciencias, espolearlas, y adaptarlas a la discusión del intercambio ideológico, merodeando los alrededores del Gobierno Civil del año 1936, donde fue trasladado Federico, desde la Casa de Los Rosales. Bajo la resignada mirada del eternamente mutilado, Carlos V, protagonizó proclamas, soflamas y ponencias tan sensatas, que hubieran hecho enmudecer al mismísimo Castelar. Autodidacta de la vida y la docencia, odió con pulso firme la titulación en estudios oficialista, tanto como amó su soledad, pues tal vez fruto de algún desengaño femenino de juventud, su – a veces – mal disimulada misoginia, lo convirtió en personaje justo de aseo externo, luenga barba, boina mugrienta, y bolsillos de chaqueta empanada, de los que, lo mismo salía un ejemplar de “El Capital” de Carlos Marx, que un bocadillo de calamares, envuelto en papel de estraza, comprado a deshoras en el bar “Sótano H” descendiendo la escalinata que va de, La Gran Vía, al Barrio de El Boquerón. Cuando mi inseparable, Pepe Campos de España, técnico de Radio Popular me lo presentó, me escaneó con la mirada de arriba abajo, se ajustó la incipiente visera de la boina, y me dijo que lo que estaba fumando en la pipa era “Apolo”, pero que me recomendaba cambiase al “Cibeles”. Aquella noche terminamos tomándonos medio cubalibre en “El Cebollas”. Yo armado de paciencia, y él recriminándome que hubiera servido en el SIE, durante mi servicio militar, al que me fui voluntario para poder obtener el pase pernocta y así colaborar en Patria. En aquellos tiempos, yo tenía un sentido de la disciplina más acusado que él, así que no llegábamos a estar de acuerdo, pero después, con su ausencia, he comprendido que su doctrina era muy adecuada para romper con la época. En ésta ciudad, políticamente acatetada en la actualidad hasta los tuétanos, necesitaríamos varias docenas de “Pepes” Reina, repartidos por calles y plazas, para recuperar la actividad social, la preocupación del momento, y la riqueza de la aportación de un diálogo, con intercambio de ideas y no de insultos, como hacen éstos paletos que nos desgobiernan, empobreciendo la historia de una tierra, que una vez fue inteligente, culta y alegre, y a la que están condenando al analfabetismo social y político, tanto los que mandan como los de la oposición. Con la beca roja que le impusieron como Alumno Honoris Causa, lo mismo participaba en la procesión cívica de inicio de curso, junto al Rector Magnífico y los catedráticos, que en la semanasantera universitaria de Miguel Armillas, precediendo el paso de Jesús de la Meditación, un Cristo que por su pose y actitud, siempre le pareció a Pepe Reina de lo más inteligente, porque – al menos – parecía que le daba por pensar, y eso en los tiempos modernos, es todo un lujo. Mesa y brasero pusieron a su disposición en la facultad, pero pasó más tiempo en la biblioteca, sobre todo, a partir de mostrar su disconformidad con la CNT, de José Luís García Rúa. Pepe Reina, disentía desde la pureza de las ideas e inmerso en una doctrina filosófica, utópica, y por lo tanto, admirable. Como Goya y Beehetoven, la vejez le condenó a la sordera, y a medida que se iba sumergiendo en ese mundo de silencio, se fue haciendo más suspicaz, intolerante y contestatario, o sea, bellamente admirable, pues poseía la brillantez que sólo los genios esparcen durante su trayecto en la tierra. El ciudadano Pepe Reina, único Alumno Honoris Causa por la Universidad del mundo, sin necesidad de títulos ni encomiendas, sin falsos ropajes y oropeles, con la palabra y la lucidez, que sólo emergen de una inteligencia natural, se hizo acreedor del reconocimiento y respeto de una ciudad, que lo admiró y reconoció en su mérito, como polemista agitador de conciencias y lenguajes, capaz de hacer pensar, a los indolentes granatensis, tan propicios a mirar para otro lado, o refugiarse en casa, cuando los políticos cuadrúpedos, hacen, o mejor dicho, deshacen a su antojo y necedad, ayunos de formación e inteligencia, y sobre todo, de espíritu de servicio al ciudadano. Honor y Gloria siempre, al ciudadano, Pepe Reina, que dejó en herencia todos sus ahorros, para becar a los alumnos, deseosos de conocimiento, de profundizar en las libertades, reclamante de la igualdad y la paridad, aunque esto último no le hiciera mucha gracia. Aún así, Pepe: ¡Vuelve en cuanto puedas!

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